Historias de Cimerio. La Soledad. (I)
Viernes noche. Otra noche más. Otra hora más. Otro minuto más. Sólo. Sólo. Sólo. Cimerio siempre estaba solo. Había estado con mucha gente, siempre había estado rodeado de uno, de otro, de aquel, de aquella, de esto, lo otro... Pero allí estaba, Sólo.
Cimerio se estaba empezando a asustar. Con lo extrovertido que era, con la facilidad que tenía para entablar amistades; ciudad nueva, piso nuevo, responsabilidades nuevas, calle nueva, nuevos vicios, y nueva experiencia: la soledad. Le gusta, a ratos. Otros ratos no le gusta, le disgusta, le asusta. Le empuja a hacer cosas raras, cosas que no sabía que podía hacer, cosas que no hacía, pero que ahora hace. Quizás, debería salir a la calle como otras veces, conocer a alguien, pero ¿cómo lo hace?, ¿se pone en la barra de un bareto? ¿Y qué hace? ¿A quién o a qué mira? A Cimerio le daría vergüenza que pensaran, “mira ese”. Si se acerca a alguien podrían pensar “pero qué hace éste”, y al final se queda sentado esperando que pase algo, una coincidencia, un tropiezo, algo, que le haga iniciar una conversación, y en ese momento ya estará todo hecho, toda su conversación saldrá adelante, y se sentira bien, y hará sentirse bien; pero, ¿Cuántas posibilidades hay de que pase algo así? ¿De que a un tío que está tomándose una cerveza en la barra de un bar intentando no parecer “raro” se le acerque alguien, o que al menos pase algo, que haga iniciar, ALGO?
Cimerio piensa que quizás con el camarero, porque claro, tiene que ser “camarero”, porque si es con “camarera”, a lo mejor se piensa que Cimerio es un tío de esos que intentan ligársela, un tío de esos que la gente piensa que es el típico lobo estepario… Qué curioso, Cimerio se acaba de acordar de ese libro, “El lobo estepario”... vaya, parece que se identifica un poco con el protagonista de éste libro…
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